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martes, 15 de mayo de 2012

EN MEDIO DEL CAMINO


El primer hito de Guillermo en su paseo por “La Memoria es el Camino” fue una etapa Finisterre-Finisterre. 2`8 km. Un ritmo vertiginoso, dándolo todo por la causa. A ese paso, pensamos, llegar a Jerusalem le constaría poco más de 7 años.
 Después hemos comprobado que era solo el calentamiento; pero también el momento en el que se aparca el vértigo o, al menos, se guarda bien doblado en la mochila y se da el primer paso, sabiendo que detrás de ese hay otro, y otro… hasta completar cientos de miles. De cuestas con subidas y bajadas. De días con un sol agobiante (por eso algunos le confunden con Mourinho) y otros de lluvias intensas (al paso que lleva, se va a crear un grupo que proponga sacarle en romería contra el calentamiento global y el cambio climático). Y todos los posibles estados intermedios.
Después de este primer hito se han ido sucediendo los acontecimientos reseñables de éste camino que le está acercando a la realidad del Alzheimer. Y a los demás con él. Cruzó Galicia entera en esta segunda quincena de marzo soleada. Asturias y Cantabria en abril aguas mil que ha hecho honor al refrán. Vizcaya y Guipuzcoa en compañía y libre de su pesada mochila. Y para principios de mayo ha dejado Navarra, con esa sensación de vuelta a casa, actos organizados y amigos y familiares esperándole a la vuelta de la esquina.
Mientras tanto, ha ido descubriendo historias como la del marido que fabricaba crucigramas de amor, don Julio en el gimnasio, la bretona que recordó el bretón, la sonrisa de Pepita y muchas otras que seguro que aun tiene esperando en el tintero.
También le ha dado para conocer a gente maravillosa como Loli, Luis, Cristina, Pablo, Javier, Marc, Koldo y muchos otros que igual yo ahora no me acuerdo pero estoy segura de que él no olvidará jamás.
Casi 1.900 Amigos en el grupo del FB, una treintena de personas escribiendo la crónica mensual para que todos los demás podamos acompañarle. Más de 50.000 visitas en el blog. Más de un centenar de entrevistas. Es impresionante la repercusión que está teniendo un proyecto que crece cada día y se hace más y más colectivo.
Y, exactamente, ¿a qué viene este recopilatorio? Pues a que hoy lleva 1.070 Km encima. Ha pasado otra barrera psicológica y ya solo le quedan cinco mil y pico km por delante. El pico a estas alturas ya empieza a ser lo de menos.
Ha dejado Navarra a sus espaldas, y aunque a él eso del terruño tampoco es que le quite el sueño (excepto cuando se empeña en recordarte que el es navarrrrrro con muchas muchas erres) demuestra que el camino tenía dos partes. Hasta ahora ha viajado hacia casa y partir de este punto del viaje se está alejando de aquí. Poco a poco.
Por eso, a pesar de los cinco mil y pico km, tengo la sensación de que estás en la mitad del camino.
                                   (Foto de Villar López de la entrada de Guillermo a Pamplona)
Dicen las malas lenguas que Guillermo hoy está descansando de la paliza que le hemos dado por aquí entre actos, visitas, recepciones y medios de comunicación. ¡Falacias! Hoy tenía un día de sesudas gestiones. En nada entra ya en Francia y las telecomunicaciones no suelen estar diseñadas para que las bomberadas salgan gratis. Guillermo está indignado (hoy 15M eso es algo muy propio). Las grandes compañías telefónicas no solo no apoyan un proyecto  que persigue conseguir una política de estado sobre el Alzheimer sino que quieren cobrar el minuto de “conferencia” (que dirían nuestros mayores) a precio de oro. Y no es eso. Así que ha coqueteado con el skipe (pero no todo el mundo podrá contactar con él de esta manera), ha pensado en comprarse un teléfono francés (y dentro de mil km ya verá que hacemos por Italia) y, al final, me ha llamado por un 948 en el que se le oía la voz lo mismo lo mismo que si me estuviera contactando desde la nave nodriza. Había descubierto una manera de hacer llamadas locales de forma gratuita desde el ordenador. Se sentía poco menos que R2D2.
Este fin de semana, después de un par de etapas para cerrar Aragón, creo que tiene intención de seguir investigando.  
Solo puedo desearte buen viaje, compañero. También nosotros daremos con la forma de mantener el contacto porque los Amigos de la Memoria es el Camino somos un grupo probadamente creativo y con ganas de seguir empujando tu aventura.
Tú, mientras tanto, anda rápido por los caminos de estos dos continentes porque aquí, en casa, estamos esperándote. 

miércoles, 2 de mayo de 2012

PARIS ES SIEMPRE PARIS


Tengo que reconocer que de viajar me gusta todo, empezando por la planificación del viaje. Me entusiasma ese chispazo que suele producirse en tu cabeza cuando se te ocurre dónde quieres ir. La búsqueda de fechas. El buceo por internet buscando fórmulas baratas para poder trasladarte (esta vez Ion había encontrado hace más de dos meses billetes en el TGV, desde Hendaya; un medio de transporte agradable, rápido y cómodo). Las cosquillas buscando el alojamiento ideal (en este caso, en la agencia de viajes de El Corte Inglés porque la excusa era una tarjeta de viaje que Iñaki, Esther, Félix, Guillermo, Luis, Bea y Felix-in me habían regalado en la fiesta de mi 40 cumpleaños. Amigos que regalan experiencias ¡Lo mejor de la vida!). Hasta me gusta pensar en qué llevarme en la maleta… Siempre estoy disponible a la hora de viajar.
El destino no era original. En París ya habíamos estado un par de veces; pero con un plan distinto. La primera vez, en 1995, el verano después de casarnos. Estábamos en medio de San Fermín y decidimos ir a ver a mi amiga Laura que trabajaba entonces en Eurodisney. Metimos unas cuantas cosas en la maleta y, vestidos de blanco y rojo nos plantamos en Paris.
A mitad del viaje dos carteles: “Paris” y “Paris vis”. Ion optó por “Paris vis” y tuvimos un tour maravilloso por las carreteras comarcales d`Ile de France. Agotador, sobre todo con la resaca sanferminera a cuestas. Aun nos reímos de la vuelta que dimos. Una vuelta menor que la vez que en la línea circular del metro de Madrid -36 estaciones- Ion se empeñó en coger para un lado cuando era evidente, incluso para mí que tengo el sentido de la orientación un poco emborronado, que debíamos ir al otro lado. Hicimos 30 paradas. En las 10 primeras aun le insistí en que todavía nos merecía la pena cambiar de dirección. Al bajar, él me dijo:
¡No te quejarás! Te he hecho un tour por todo Madrid sin que te lo esperaras…
¿Cómo?...
En aquel primer viaje a París terminamos en Dîjon porque allí vivían Irene y Stan. Fue un viaje precioso pero no profundizamos en la esencia de Paris. No hubo tiempo.
La segunda visita la hicimos con los niños en la Semana Santa del año 2010. Fue un viaje sencillamente maravilloso: empezamos tres días en Bélgica, viendo Bruselas, Brujas, Gante… comiendo mejillones y chocolate. Después estuvimos dos días en Paris y otros tres en  Eurodisney. En Paris les enseñamos lo esencial: el sacre coeur, la torre eiffeil, el arco del triunfo, el museo del Louvre (menudo recorrido nos hicimos aprovechando que Irai se había quedado dormido en la silleta), la rue de Belzunce, que a Ion le hacía mucha ilusión… Uno de los días anduvimos más de veinte km, porque el metro de Paris está muy mal adaptado para ir con silleta. Aquella vez llegamos a Eurodisney con los niños completamente acelerados y nosotros pensando en que iban a tener que recogernos con una carretilla.
Esta vez el concepto de viaje era completamente diferente. Cuatro días para ver, disfrutar, callejear, descansar y sumergirnos un poco en esta fantástica ciudad de la mano, sin niños, como una pareja de novios.
Claro que, como todo el mundo sabe, para hacer un gran viaje, primero tienes que saltar un millón de obstáculos: trabajos acumulados, colocación de los niños, preparación de maletas, catarros de Ion y, como colofón, visita al pediatra con Iruña porque el día anterior a nuestra salida se hizo un esguince de  rodilla jugando al baloncesto y, en la radiografía le encontraron un huesecillo que, aunque no es nada, tienen que revisar.
Así que, cuando nos montamos en el TGV de Hendaya, solo pudimos pensar:
¡Prueba superada!.
El tren es una maravilla. El viaje de ida era en primera, en unos butacones en los que echar la siesta, escribir y leer sin que importe cuanto va a durar del viaje. Llegamos a Paris a las 18`33. Cogimos el metro en la misma Gare de Montparnasse y fuimos directos al Hotel Villa Van Gogh. Soy fiel a tripadvisión y consulto las opiniones de otros antes de reservar un hotel y, algunas veces, incluso un restaurante. Aunque siempre hay cenizos, en general da una visión bastante completa de lo que nos vamos a encontrar. El Villa Van Gogh, entre Pigalle y Opera parecía un tres estrellas francamente interesante en una ciudad donde alojarse es muy caro. Habíamos elegido la habitación “Elegance” en vez de la standard y, cuando subimos a dejar las maletas se nos cayó el alma a los pies. Una habitación oscura, diminuta. Para que uno de los dos pudiera entrar en el baño tenía que salir el otro… Un desastre. Además, no había mesa libre para ninguna de las noches en el Bistrot Lorette, al lado del hotel y uno de los sitios más recomendados en las redes sociales. Empezábamos regular.
Afortunadamente, nos fuimos a cenar en el café Jean Jacques, en la acera de enfrente y con unos vinos de pichet y un pastel de lenguado se nos quitó la pena y decidimos que, a la mañana siguiente, íbamos a pedir cambio de habitación.
Nos la cambiaron para la hora del desayuno. Y la segunda parecía de otro hotel. Una habitación bonita, luminosa, con una gran bañera y una cama de sábanas blancas, balcón en la habitación y también en el baño. ¡Como nos gustó el cambio! Seguramente nos dieron la primera para que pudiéramos apreciar lo que teníamos. ¡Qué cabrones!
Para el viernes 27 habíamos planeado un día de visitas obligadas de París, así que empezamos por el Arco del Triunfo, monumento bélico, imperialista, grandilocuente… La tumba del soldado desconocido con la llama encendida como una declaración que yo, la verdad, no entiendo demasiado bien porque no debe estar en mi código genético.
 De allí nos fuimos a Trocadero a hacernos la tradicional foto frente a la torre Eiffel rodeados de españoles en su viaje de estudios.
Y, de ahí, paseo por el Sena, otro clásico de la ciudad. En este caso, disfrutamos porque ya no llovía. Íbamos camino de la estatua de la libertad. ¿Sabías que en Paris, en la isla de los cisnes hay una estatua de la libertad? Si, es cuatro veces más pequeña que la de NY, un regalo de la comunidad francesa en EEUU. Se inauguró en 1889 y, cuando vas la ves de espaldas porque “está saludando a su hermana americana”.
Después, comimos unas tapas y unos vinos por  Linois y fuimos a visitar la basílica de Cluny.
Seguimos hacia Saint Severine, una iglesia muy especial. Y directos a Notre Dame a encontrar a Quasimodo. Había una de esas luces que te hacen entender que algunas personas se imbuyan de espiritualidad en las iglesias. Una de esas visitas que te pueden dejar maravillado.
Al lado comimos y vimos el Hotel de Ville. Ion, la primera vez que vinimos a Paris, hace 17 años me dijo:
He visto una cadena de hoteles en todas las ciudades por las que hemos pasado que es alucinante: el Hotel de Ville.
No me lo podía creer. Aun no sé si me lo dijo en broma. Pero nos seguimos riendo cada vez que visitamos la plaza de algún ayuntamiento francés. Y, sobre todo si es de la espectacularidad del de Paris.
A la noche, después de ponernos guapos, en vez de ir directamente a la torre Eiffel, paramos en la Asamblea Nacional y, desde allí, nos fuimos paseando hacia nuestra cena viendo el obelisco, el grand palace... Teníamos reservado sitio en el Restaurante Tour Eiffel 58 y, aunque proponían que se llegara media hora antes llegamos, por su acaso, a las 8. Entre recoger las entradas para poder subir y hacer la cola, casi se hacía la hora. El caso es que la cena era a las 9 en la 1ª planta de la torre Eiffel y allí nos bajamos en el ascensor. Ion quería subir a la segunda y yo me arrepentí de no haberlo hecho en cuanto salimos del ascensor. Conclusión: más de 350 escaleras para arriba. Y después, para abajo.
¡Qué gran idea! En el mismo momento que llegamos arriba dieron las 9 en punto y, en ese mismo momento se encendieron las luces de la tour Eiffel. El parpadeo de los cientos de bombillas, los flashes de las cámaras de fotos disparando sin parar en trocadero, el ambiente… Uno momento inolvidable.
Después, la cena también fue interesante: floie mi-cuit, belle de gamba, salmón con puré de zanahorias y salsa holandesa, poulet (suena mejor que pollo, jajaja) con espárragos verdes y salsa de mora. Surtido de quesos y chocolate de autor. Uno sale de esa gran estructura metálica con un muy buen sabor de boca. Además, el camarero me había dicho lo bien que hablaba en francés y eso me había dejado tan contenta como el mejor de los piropos…

Al llegar a Pigalle, aprovechamos para tomarnos un gintonic en el Marvais.
A la mañana siguiente teníamos entradas para ver el centro Pompidou, la exposición de Matisse y el arte contemporáneo. Una visita que merece la pena, sobre todo, si te gusta Kandinsky. Y a mí debe gustarme, porque es la forma en la que funciona el cerebro de Ion…
Por fin compramos la sudadera de Iruña. Las adolescentes de ahora compiten por tener un mayor número de sudaderas en las que ponga I love algo. La ventaja es que, así, los padres no nos rompemos la cabeza, vamos a tiro fijo.
Después cogimos el metro para ir a la zona de Ópera porque Ion quería comer en le Bistrot Romain, una cadena de restaurantes de menú muy popular en Francia con menús de diferentes precios en función de si pides primero y segundo, segundo y postre, bebida incluída, etc… De ahí, a las galerías Lafallete, más a ver que a comprar, la verdad; pero la cúpula, el ambiente, el espectáculo, la verdad es que son dignos de una visita.
Cerramos la tarde, agotados, tomando café en un Starbucks atestado de gente, paseando alrededor de la ópera, alucinando en la Plaza Vandome, donde el Ministerio de Justicia convive en el mismo edificio con tiendas como Chanel, Rolex o Louis Vuiton y acabando el día en la plaza de la Madeleine y su iglesia de la santa pecadora. Había una misa góspel que apetecía mucho, pero al final no nos quedamos porque había mucha cola y porque para esas horas estábamos agotados de la cantidad de tiempo que llevábamos andando por París.
 Y el 29, nuestro último día completo empezamos la jornada en el muro del “Te quiero”, donde se marcan 311 maneras e idiomas de expresar un sentimiento que mueve el mundo.
De allí a la plaza de la Bastilla a ver el ángel dorado tratando de escapar. Nosotros buscábamos el mercado d`Aligre, una propuesta muy interesante. Fuera, puestos de fruta y de verdura, ruibarbos (no sabía ni siquiera cómo eran, en realidad), fresas (pero fresas de verdad. Hace poco leí que en Navarra no se comen ya fresas, que todos comemos fresones. Y creo que es verdad: en el mercado d`Aligre había fresas de esas que cogíamos cuando éramos niños, con ese olor intenso que ya no recordaba, tan pequeñas, tan sabrosas... y hay que decir que también tan caras).
Había también anticuarios. Ion se compró tres libros de cocina francesa de esos que esperas que pruebe muy pronto en una cena entre amigos. Yo me enamoré de unas copas de plata para beber licor de los años 40, tan tan maravillosas que desde ahora van a ser el centro de mi comedor.
Después tomamos el aperitivo en el Baron Rouge, un bar muy peculiar y especialmente recomendable con camareros pintorescos de grandes barbas y clientes de una estética progre un poco trasnochada; muy reconfortante. Tomamos dos sauvingnones con andouille de Gemené, que es una especie de tripa en embutido y loncheada en forma de flor con un sabor bastante fuerte y acompañada de pepinillos y pequeñas cebolletas.
Después de dar muchas vueltas con nuestros libros y nuestras preciosas copas a cuestas, por fin encontramos la rue de la Bastilla, que no la place o el Boulevard, que son los conocidos. En la rue de la Bastilla el restaurante Bofinger el más antiguo de todo París, según señalan las guías. Pero no solo es el más antiguo y el que tiene una cúpula acristalada más bella. También es la mejor gastronomía que hemos disfrutado en el viaje. Una auténtica delicia que roza la perfección. Ostras, langostinos y coquillas, que no es algo difícil de cocinar, la verdad, pero también hay que tener el estilo de saberlas elegir. De segundo, tartare de boeuf y choucroute de mer. Sorprendentes los dos platos. Y, aunque no somos mucho de postres, pedimos la degustación Bofinger: sopa de frutas del bosque, soufle de moras, creme brûlé y petits de almendras. Maravilloso. Todo regado con pinot blanc. 
Con aquel buen sabor de boca nos fuimos al nuevo París. Arquitectura increíble del siglo XXI (propuesta por Mitterand en los años 80, en realidad). El gran arco de la fraternité, alineado de manera exacta a cuatro Km del Arco del Triunfo. Y más de cuarenta rascacielos…
En el centro comercial compramos ropa para los enanos y un bolso de primavera que a mi madre le va a encantar cuando se lo dé el domingo para celebrar que es el día de la madre. Después, volvimos a coger el metro para ir al hotel a arreglarnos y salir a celebrar nuestra última cena en París.
Esta vez elegimos un pequeño bistrot en Clichy: el bistrot Melrose. Luces doradas, rosas en las mesas, decoración modernista, copa de champán a la llegada y, de cena, ensalada capresse, pero con un tomate entero y relleno de queso con crema de olivas negras. Riñón de vaca a la salsa de carne con cazuelita de puré de patatas y, de postre, crêpe de grand marnier flambeado, todo regado con un bordeaux chateau viñas viejas. Un broche de oro soberbio.
Sobre los espectáculos que uno se puede encontrar en el metro de París mejor hablamos en otra entrada.