Powered By Blogger

domingo, 22 de abril de 2012

LOS 40 DE ESTAMBUL

Una vez que me he lanzado, voy a seguir contando algunos de los viajes con los que he disfrutado y, por supuesto, los nuevos que haré (tengo varias maravillas previstas para los próximos meses). Por eso, hoy quiero recordar el viaje que hicimos Ion y yo a Estambul a finales de la primavera pasada (del 31 de mayo al 3 de junio de 2011).

A Ion y a mí nos gusta viajar, y Estambul es uno de nuestros destinos preferidos. Seguramente porque fue también nuestro primer viaje largo juntos, allí por agosto del año 1993. En aquella ocasión estuvimos en un viaje organizado. 15 días de agosto recorriendo no solo Estambul sino muchas otras zonas de Turquía como Pamukale, la Capadocia, Bursa o Ankara.

Después, volvimos en el 2000 porque encontramos un chollo tan pero tan bueno con los puntos de travel club que no nos pudimos resistir. En el 2001 volvimos para celebrar mi 30 cumpleaños en el restaurante Panorámico del Mármara Taksim, que habíamos conocido en el viaje anterior.

Finalmente, viajamos a Estambul también en octubre del 2003 porque empezábamos a plantearnos la idea de tener a Ilia y sabíamos que, durante un embarazo y  la posterior crianza, estaríamos bastante limitados a la hora de viajar a destinos “exóticos”. Por eso, aprovechamos como excusa la boda de Kike y Ana y, a la que les llevamos a Madrid para que cogieran un avión camino al viaje de novios, nosotros nos embarcamos en otro, rumbo a esta ciudad que tanto nos gusta.

Desde el 2003 no habíamos vuelto y decidimos volver para celebrar allí mi 40 cumpleaños. Tenía mucha ilusión por celebrar la fantástica y redonda edad y tenía organizado un programa de fiestas alrededor que ríete tú de las bodas gitanas.

Mi plan inicial era el siguiente:

-Del 27 al 29 de mayo, fin de semana en una casa rural, en Cantabria, con Ion, los niños, mis padres, tías y hermano. 





-El 30 a las 7 de la mañana, vuelo a Barcelona y, de allí, a las once a Estambul.

-Cena en el restaurante Panorámico del Hotel Mármara Taksim la noche del 31 de mayo.

-Vuelta el 2 de junio a Pamplona.

-Fiesta por todo lo alto en el Asador Armendi el sábado 4 de junio con todos mis amigos, amigas y personas más queridas. Con quienes me han hecho felices estos primeros 40 años. Los que quiero conservar los siguientes 40, por lo menos.

Todo perfecto, sobre el papel.

El problema es que los vuelos de bajo coste algunas veces te pueden dar un susto y solo cinco días antes del viaje cancelaron nuestro vuelo Barcelona-Estambul del 30 de mayo. Además, como desde Pamplona a Barcelona viajábamos con otra compañía no estaba vinculado un billete comprado con el otro. Al final, después de muchas vueltas, quejas frustración y reclamaciones, nos cambiaron los billetes, saliendo el 31 de mayo (el día de mi 40 cumpleaños) y vuela a casa el día 3. En Iberia tuvieron la deferencia de aceptar cambiarnos el vuelo del 2 al 3 pero, desde el principio nos dijeron que el vuelo del día 30 no podían cambiárnoslo. Solución: teníamos que alargar un día de vacaciones y nos cogimos un hotel para pasar la primera noche en Barcelona. Estuvo bien, sobre todo porque Ion aprovechó para comprarme como regalo de cumpleaños una gabardina de Desigual de la que estoy enamorada.

Además comimos en un japonés fantástico, y yo alquilaría una parte de mi alma a cambio de un buen sashimi de atún rojo y de salmón.  

El 31 salimos a las once de la mañana dirección Estambul y, con nuestras maletas al hombro nos fuimos directamente a al Hotel Barceló Eresin Topkapi. Un alojamiento estupendo, al que no se le puede poner ninguna pega. Es un  cinco estrellas, eso sí, que no es cinco estrellas, pero el precio que pagamos tampoco lo era.

Nada más llegar y previendo lo que se nos iba a alargar la noche, usamos las instalaciones que ofrecía el hotel: la piscina, el jacuzzi, las zonas de relax… Después, ponernos guapos para ir a tomar un bloody mary al Pera Palace, el hotel donde Agatha Christie se alojaba durante las temporadas que pasaba en Estambul. Después, cena en el Mikla Istambul, el restarante del Pera Mármara (al final, se nos había complicado el plan previsto porque el restaurante del Marmara Taksim donde queríamos ir, estaba completo). Pero mereció la pena. Primero porque la cena resultó maravillosa (destacando el milhojas de verduras); pero también porque descubrimos la terraza superior, donde puedes tomarte un gintonic bien hecho mientras miras el perfil iluminado de Estambul al otro lado del Bósforo. Un autentico lujo.

El 1 de junio y ya con el nuevo año a cuestas, decidimos pasar el día haciendo el típico circuito imprescindible de Estambul: Mezquita Azul. Santa Sofía. Basílica cisterna.



Comimos a la salida de la basilica cistern, en el restaurante House of Medusa. Es un restaurante al que hemos ido en todos nuestros viajes a Estambul. Allí se rodaron algunas escenas de “La pasión turca” pero, sobre todo, tiene una comida deliciosa (el hummus, de garbanzos con aceite de sésamo, la ensalada de berenjenas…). Además, tiene diferentes ambientes, uno por planta, y ésta vez nos tocó en la terraza arbolada. Un placer primaveral.

La tarde, como tiene que ser, la dedicamos a recorrer el bazar de las especias y la mezquita de Suleymaniye; el Gran Bazar, con sus olores, sus tiendas, su caos el ruido y el tremendo esfuerzo que una tiene que hacer para frenar ese fervor consumista que te va acorralando a cada esquina. Un ansia que solo puedes acallar con un buen “elma chai” o Apple tea, o té de manzana.




El jueves, en cambio, fuimos a conocer sitios que antes no habíamos visitado de Estambul. Habíamos cogido e tranvía camino de la Torre Galata porque no habíamos subido antes. Si quieres echar las tripas por la boca, igual que en muchos monumentos altos de todos los lugares del mundo desde donde se quiere ver una vista increíble (pienso en el Vaticano, en la Torre de Pisa, en la Giralda…). En todas ellas, cuando llegas arriba no sabes si el corazón te late tan deprisa por el espectacular paisaje o por el ejercicio que acabas de hacer sin anestesia.

Al salir, buscamos el Museo de Arte contemporáneo de Estambul, con la idea de llegar a ver algo nuevo que no habíamos visitado y que, además, estaba fuera de los habituales circuitos turísticos. Solo puedo decir que fue una de las mejores decisiones que pudimos tomar. Las exposiciones merecían la pena. Conocer otro tipo de arte distinto a las mezquitas, muy distinto. En la planta baja una muestra fotográfica de muñecas hinchables perturbadoras, religiosas, maternales…


Además, habíamos reservado mesa para comer en la terraza del bar del museo y, seguramente, tiene una de las mejores vistas de todo Estambul. Topkapi, las mezquitas, el cuerno de oro brillando al sol… La comida, correcta, aunque podrías estar en Estambul, Madrid o cualquier otra ciudad que se te ocurra. Nada de cocina local. Además, para pedirte una botella de vino tienes que hipotecar los dos riñones y alguna que otra víscera menor, así que nos conformamos con una copita de vino blanco cada uno; pero el paisaje lo superaba todo. Absolutamente todo.
Esa tarde, además, de vuelta al hotel para arreglarnos antes de ir a cenar, en el tranvía, me senté y Ion, delante, me hacía señas con la cabeza, con los ojos… Justo detrás de mí una mujer turca, con su pañuelo tradicional en la cabeza leía, en castellano la novela “Papel mojado”, de Juan José Millás. Siempre he dicho que esta novela es un hito en mi vida. La primera  lectura “de mayor” que cogí entre mis manos. Tenía doce años y cuando pienso en esa novela suelo sentir que aquello fue algo que me abrió completamente el mundo, como un fórceps, como un fórceps mental maravilloso. Siempre agradeceré a Ana Carmen Marco, mi profesora de 7º de EGB (entonces había de esas cosas) que me recomendara aquello y me enseñara que la vida no tiene por que ser plana, lógica ni lineal.

Me emocionó realmente ver a aquella mujer turca empapándose con esas mismas páginas en el vagón del tranvía una tarde de primavera. A muchos les puede parecer una auténtica estupidez y posiblemente lo sea. Para mí fue un regalo.

Esa noche cerramos con broche de oro en el restaurante del Hotel Orient Express. Un restaurante muy recomendable, también en una azotea de Estambul. La comida, insuperable (una crêpe de verduras de lo mejor que comimos durante aquellos días). El vino blanco fantástico y a precios de aquí, cosa que suele ser poco habitual por esos lares. Y las vistas, otra vez de esas de recordar.


Nos fuimos al Pera Marmara para despedir el viaje tomándonos un último gintonic en aquella magnífica terraza y con aquellas vistas que queríamos guardar en la retina. Al día siguiente volvíamos a casa y queríamos mantener aquellas luces tintineándonos dentro durante todo el tiempo que fuera posible. 

Porque Estambul es como una granada abierta: brillante, jugosa, dispuesta siempre a gustar, a saciar. Una ciudad de la que siempre se quiere un poco más, por muchas veces que la visites.


jueves, 19 de abril de 2012

SINECDOQUE DE MADRID

La primera vez que fuimos con nuestras dos hijas mayores a Madrid (con Iruña ya habíamos estado unas cuantas veces), nos pegamos una auténtica paliza para enseñarles todo. Después de dos días de tour y agotamiento, la segunda noche, estábamos sentados en una terraza de la plaza de Santa Ana al lado de los columpios, comiendo unas tapas, tomando unas cervezas y escuchando un concierto mientras a nuestro alrededor había un rallie fotográfico. Era el momento de preguntarles a las niñas:

¿Os ha gustado Madrid?

Sí, porque esta tortilla de patatas está buenísima.

Esto es para mí sinécdoque de Madrid y aunque suena pretencioso, recordando aquel día he titulado así a esta entrada.

Antes, viajar a Madrid era algo cotidiano; de hecho, durante una etapa de mi vida incluso tenía que ir a hacer los exámenes de la universidad a Madrid, así que disfrutaba a menudo de la ciudad y conocía zonas, tiendas y, por supuesto, bares.

Desde hace algunos años, las visitas a Madrid han sido para mí menos frecuentes. Y digo para mí, porque Ion, por motivos laborales, cada vez tiene que ir más. Son poco frecuentes y, por eso, cualquier escapada a la capital resulta una fiesta. Si la escapada es, además, con los niños, entonces la fiesta se multiplica.

Esta vez optamos por alquilar un apartamento. Estaba en la zona del Santiago Bernabeu y no hay mucho que decir: no era exactamente lo que se ofrecía en la publicidad(el wifi no funcionaba, la lavadora tampoco y la ducha tenía una fuga que hacía que ducharse fuese una experiencia acuática sorprendente). Pero, por lo demás, estaba limpio, bien decorado, era muy espacioso, tenía luz y estaba bien conectado con el centro. En el balance de los pros y los contras tengo que decir que estuvimos bastante cómodos allí.

Ilia que es una hija muy viajada y muy culta para sus siete años, nos había avisado hace ya varias semanas de sus planes.

He estado en el British Museum de Londres, en el Louvre, en París, en el Palazzo de los Ufizzi, en Florencia… ¡y no me habéis llevado nunca al Museo del Prado!

¡Así que el domingo al Museo del Prado que nos fuimos los cinco! Además, como familia numerosa que somos, gestionamos unos días antes por internet un pase gratuito para todos. Ventajas de la prole.

Hicimos una visita a la colección del Hermitage, que terminaba aquel día (8 de abril). Mereció la pena el paseo. Tomamos un café para descansar sobre todo a Irai y nos recorrimos las obras más destacadas del Museo con Ilia armada con una libreta y un boli con los que trataba de copiar algunas de las obras de arte. Se entusiasmó con el “Perro semihundido” de Goya e Iruña con la casualidad de encontrarse con unas compañeras del colegio. Ion descubrió que su cerebro se parece a un cuadro de Kandinski en su etapa más caótica y yo, en cambio, soy un Klimt repleto de detalles minúsculos.



Por la tarde, nos hicimos la foto de rigor con los leones del congreso, mientras aprovechábamos la ocasión para explicarles el modelo político estatal (y ellas para desconectar de nosotros). Después, paseamos por la Puerta del Sol, por el Palacio Real y por los Jardines de Oriente donde aprovechamos para explicar a nuestros hijos que los reyes que les habían sobrado de allí (que hace falta ser despistado para hacer tantas estatuas de más) son los que adornan el Paseo Sarasate de Pamplona. Fuimos a la Plaza Mayor y los niños rellenaron las preguntas del cuaderno que les dieron en la oficina de turismo sobre esa ruta por Madrid. Como las respuestas estaban todas bien, les regalaron un pañuelo azul a cada uno. Irai se lo puso en la cabeza porque solo quiere ser un “pirata terrible” y nos fuimos a visitar el Mercado de San Miguel, que a Ion esas cosas le vuelven completamente loco!!!

El lunes decidimos separarnos durante unas horas. Ion se llevó a Ilia y a Irai a ver el estadio del Santiago Bernabeu. En principio la única que quería ir era Iruña, pero la adolescencia es complicada… y ella prefirió quedarse en casa tomando el sol en el balcón, tranquilamente. Yo aproveché para ir de tiendas y descubrí la de la COMPAÑIA FANTÁSTICA (una marca de ropa que me encanta porque es muy femenina, divertida, moderna, sienta bien y, encima, está genial de precio), junto a la calle Orense. Os dejo el enlace de su página web porque merece la pena visitarlo. 

Esta tienda tiene, además, una historia posterior porque cuando le conté a Ion cuánto me había gustado el sitio, se fue allí con su hijo sin decirme nada para comprarme un bolso y regalármelo el día de la madre. El bolso lo escondió dentro del coche para que yo no pudiera encontrarlo y la noche que volvimos a Pamplona (el miércoles 11 de abril) unos chavales cargados de todo y con mucha mala baba destrozaron a pedradas once coches en la zona de Vistabella. Uno de esos once coches, por supuesto, era el nuestro y cuando fui a ver  los daños con la policía municipal, encontré mi bolso roto y sucio debajo del coche de al lado del nuestro. Aun seguimos con el coche en el taller; tardarán otras 3 semanas aun en arreglárnoslo. Además, nunca podré estrenar ese bolso. Pero la cara lástima de Ion cuando lo vio la guardaré mucho tiempo como un gesto de amor que no vale dinero.

Volviendo a Madrid… Acabamos la mañana del lunes tomándonos un aperitivo en una terraza al sol, que es uno de los mayores placeres que se pueden disfrutar en abril. En Madrid me llama siempre la atención la cantidad de terrazas que hay pegadas a las zonas de columpios. Zonas que, además, están valladas para que los niños estén más protegidos. ¿Visión de negocio de los hosteleros? Posiblemente sí. Ojala en el resto de sitios (y, sobre todo, en Pamplona) también los tuvieran. Es una garantía de que todos estamos felices, los niños en sus toboganes y los padres con nuestro vino blanco y, en aquella ocasión, una tosta de tomate, anchoas y boquerones. Genial.

Por la tarde Ion trabajaba, así que los demás aprovechamos para cargar  las pilas y echarnos una siesta. Necesitábamos fuerzas porque Iruña quería ir en busca de las manoletinas perfectas y eso resulta imposible para los parámetros propios de los 14, casi 15 años. En el camino descubrimos una tienda de libros usados en la que Ion (que, para entonces ya se había incorporado al grupo) ya había estado alguna vez. Nos sumergimos allí como suicidas buscando una bocanada de aire. Ilia y yo salimos con tantos tesoros de allí que empecé a preocuparme por cómo íbamos a poder organizar las maletas para la vuelta. Hace de esto 9 días y creo que ya nos hemos devorado al menos la mitad de nuestros hallazgos. Problemas de ser “leonas” como dice mi hija. Por eso usamos tanto las bibliotecas, por no sufrir un “Diogenes literario”.

El martes lo dedicamos a “Faunia”. No hay mucho que decir. Es un parte correcto para ver algunos animales. El presentador de los espectáculos tiene labia y entretiene y los niños disfrutan bastante si tú le das algo de misterio al asunto. Por lo demás, si conocer el Loro Parque del Puerto de la Cruz, en Tenerife, esto se te hace triste. Encima, el día se nos había nublado después de dos jornadas de un estupendo sol.

Las comidas, como en todos los parques que conozco: increíble. Increíble que aun no hayan encontrado la manera de que parezca comida. Al pollo de Iruña y al pescado de Ion se les podía hacer la prueba del carbono 14. El café con crêpes era más aceptable y el espectáculo de los leones marinos fue un buen broche para la visita.

Los tres enanos salieron del parque contentos y cuando estábamos en el coche empezó a llover como si el cielo hubiese decidido estallar en mil pedazos. Ion se llevó a los pequeños y yo me fui con Iruña a tomar un café al Starbucks, que es una cafetería que le encanta (yo creo que, en parte porque es uno de los escenarios de “Canciones para Paula” que es un libro que le gustó mucho). El caso es que hasta dice que se haría empresaria solo para poder montar uno en Pamplona en cuanto se haga mayor de edad (y, a propósito, he visto que hay un grupo de Facebook que propone lo mismo).



Por el camino se nos rompieron varias varillas del paraguas por culpa del viento, así que nos reímos y llegamos a la cafetería ensopadas. Hay que reconocer que hacen un café tan rico… Y más si le añades un toque de canela, de vainilla, nuez moscada… Iruña dice que tienen el chocolate más bueno del mundo. Y debe ser cierto porque el domingo en un Starbucks que hay cerca de la Puerta del Sol estaba tan emocionada que se lo tiró por encima, como si hubiera decidido impregnar todos sus poros con ese cacao. Se me olvidaba, ese día, en la cafetería, Irai se enamoró de una chica de unos 22 años. Él le pedía insistentemente un beso y ella, que no hablaba castellano, le miraba con cara sorprendida. Pero todo el local terminó solidarizándose con él y traduciendo la demanda del pequeño admirador. Fue un auténtico espectáculo. Irai siempre se hace querer con sus ricillos rubios y su sonrisa permanente, por muy bruto que sea. La belleza, por mucho que nos pese, siempre es una ventaja en la vida.

Y el miércoles, maletas, coche y vuelta a casa escuchando, por supuesto, música de Europa FM, que la adolex tiene un enganche de mucho preocupar. Por el camino aun paramos en Torija, un pueblo de Guadalajara con un castillo del siglo XV que se ve desde la carretera. Ion había comentado en varios viajes que podíamos entrar a verlo y fue un acierto. En el castillo han instalado el Centro de Interpretación Turística Provincial. En la plaza había un mercado de verduras donde compramos alcachofas, pimientos, naranjas, aceitunas y unos tomates sabrosos (¡por fin unos tomates con sabor, después de la insipidez del invierno!).



Pero lo mejor de todo Torija fue el bar de la plaza del castillo. Era un poco pronto, pero decidimos quedarnos a comer para, después, seguir de un tirón hasta Pamplona mientras, si había suerte, los niños echaban la siesta. El picoteo era exactamente lo contrario a la comida del día anterior. Comida casera. Los niños se empapuzaron. Yo descubrí que los callos pueden maridar perfectamente con el vino blanco rueda y, eso sí, Ion se quedó con la pena de que se habían terminado las torrijas. 


Torrijas en Torija; hubiera sido el broche de oro de la sinécdoque propuesta.

miércoles, 18 de abril de 2012

SIETE KILÓMETROS DE MÁS

(Ya, puestos a actualizar, cargo el anterior artículo que hice sobre el viaje de Guillermo en "La Memoria es el Camino". Es del día 27 de marzo)


27 de marzo. Hace 9 días que Guillermo dio sus primeros pasos por el Camino de la Memoria. 9 días pueden parecernos pocos a los que le seguimos desde la comodidad de nuestro sofá, pero son muchas zancadas dadas por el Alzheimer y por este sueño personal en el que nos ha embarcado también a los demás.

9 días, 191 Km, ahí es nada. La de hoy ha sido una etapa especialmente dura. Una etapa de 41 Km que, al final, se han convertido en 48 porque Guillermo hoy se ha perdido seis o siete veces (la primera, a propósito, a las 7`15 de la mañana, a la salida del pueblo; dice que la camarera le ha indicado con ambigüedad. En qué estaría él pensando…).

Pero Guillermo no solo se dedica a andar. También visita centros de día para conocer a las personas afectadas, enfermos y cuidadores. Prepara artículos para concienciarnos de que el Alzheimer supone un desafío sanitario y social de primer orden. Se enfrenta a intersecciones en las que dudar, por supuesto no preguntar y, algunas veces, como hoy, incluso perderse (pero con la satisfacción de no haber preguntado).

Hablando de pérdidas: en estos días le ha dado hasta para preocuparnos haciéndonos creer que había perdido su imprescindible ordenador. ¡Que nadie piense que se lo dejó olvidado en algún sitio! No. Guillermo no es tan despistado… Simplemente, le pareció que había “explotado”.

Es cosa de la memoria dijeron algunos en el muro de los “Amigos de la Memoria es el Camino”. Una bonita metáfora para comprender lo vulnerables que nos podemos volver cuando perdemos nuestros datos vitales…

Al final, resulta que no era poesía. Lo de Guillermo es, más bien, la tecnología y no se había fijado que no llegaba corriente al enchufe que había en su habitación. ¡Para qué iba a probar en otro! Mejor, ir a una tienda de informática (…a preguntar).

Guillermo y su resucitado ordenador han amanecido hoy en el Monasterio cisterciense de Sobrado dos Monxes. La envidia de los que le seguimos enredados con la vida, el trabajo, los hijos y las prisas. Un jardín increíble, un claustro con unos ventanales repletos de luz…

Por delante, 41 Km (o eso creía él antes de perderse seis veces). Una etapa interminable. Especialmente porque la primera mitad del camino (Laguna de Sobrado, Corteporcos…) alcanzan las máximas cotas de altitud del Camino. Y eso es un rompepiernas; una javierada entera pero con una mochila de 10 kilos al hombro.

Eso sí, la foto del amanecer en los lagos de Sobrado dos Monxes no tiene precio. Gracias a haberse perdido ha llegado en el momento y con la luz perfecta. ¡Ejercer de Peter Sellers puede tener sus ventajas!

Un día duro, sí, pero Guillermo no ha cedido a la tentación de parar a mitad del camino, en el albergue de Miraz (que, por otra parte, estaba cerrado; pero eso no hace falta contárselo a nadie). Ha hecho toda la etapa, incluso con los 7 kilómetros de propina. “Con un par…”, que diría él.

Al final, 13 horas andando. Ha llegado muerto a Baamonde.

Ni me siento los dedos de los pies me ha dicho.

Mañana se va a comprar, sin falta, un mapa de carreteras de Lugo y, a partir de ahora dice que los días que ande solo no hará etapas de montaña.  

Además, y eso seguramente es lo que más le ha dolido, Guillermo hoy no ha llegado a tiempo para echarse la siesta. A él le encanta dormir y, supongo que, en este viaje, en el que está madrugando cada día y, además, haciendo ejercicio, aun lo necesita más. Dormir es, posiblemente, una de sus actividades favoritas, junto con comer ostras; que a veces me pregunto si no habrá empezado el viaje en Finisterre para tener mucha Galicia que recorrer con sus posibilidades gastronómicas a la vuelta de la esquina.

No tenemos suficiente información sobre el Alzheimer, ese ladrón de recuerdos. Y eso, a pesar de que es una enfermedad de la que se habla mucho. Todos apostamos por el diagnóstico precoz para afrontar la enfermedad en las mejores condiciones. Nadie quiere que le roben los recuerdos. Pero, para Guillermo, seguro que el sabor de las ostras gallegas es uno de esos que quiere guardarse en su cajón personal.

Porque, en realidad, de eso trata esta historia, de llenar el cajón de vida, de recuerdos, de experiencias… Guillermo lo está haciendo, mientras recorre este largo camino.

Nosotros queremos empujarle por lo menos un rato cada día. 

EL ACERCAMIENTO

Esta mañana le explicaba “La Memoria es el Camino” a un compañero de trabajo que me decía que conocía el Alzheimer y que la enfermedad le había servido para acercarse a un mundo inhóspito pero también maravilloso.

Inhóspito y maravilloso; sí. Pero el acercamiento del que hablaba me ha parecido el concepto que más define este proyecto. Gracias a la bomberada de Guillermo muchos nos hemos acercado al día a día de compañeros, amigos, conocidos… Personas que tenemos cerca y de las que no sabíamos que estaban viviendo dentro de una situación tan compleja como es compartir la vida con un familiar con Alzheimer.

Guillermo también se va acercando. Lleva ya 652 Km cargados a sus espaldas y precisamente hoy ha estado pateando desde Santillana del Mar hasta Santander. El Camino de Santiago marcaba una etapa de 46 Km, pero Guillermo ya no está para bromas y se ha dejado de circunvalaciones, ha cogido la carretera general y ha acortado. Al final, han sido 37`5 km ¡que no es moco de pavo! Sobre todo, si tenemos en cuenta que, en los últimos 7 días ha ido a piñón y ha recorrido un total de 220 Km: Gijón-Santander, paso a paso, en una semana. ¡Ahí es nada!



Además, hoy se ha levantado pensando que no le iba a llover y ha vuelto a caerle encima la tormenta perfecta. Perfecta para verla desde el sofá de casa. Que Guillermo está empezando a plantearse el hacer el camino a  nado y utilizar la mochila como salvavidas. Hacía tan mal tiempo que, al llegar a Santander se ha enterado que hasta habían cerrado los accesos al Palacio de la Magdalena.

Pero no todo es andar. Está también lo demás: las visitas a los centros, atender a los medios… Mañana tiene previsto conocer un centro de día y el Hospital de Valdecilla para tener una visión médica de la enfermedad del Alzheimer. También Dice que se siente un poco cansado intentando llegar a todo lo que se está generando a su alrededor y que lo peor es que sabe que, por lo menos, hasta que pase de Pamplona seguirá teniendo la agenda más llena que Juan Carlos.

Entre nosotros: yo creo que está encantado con la atención que está despertando, con las llamadas de teléfono, los mensajes, el interés de la gente, los contactos… Pero, ¡ya conocéis a Guillermo! Tiene que ejercer la falsa modestia para sentirse bien porque le gusta cultivar esa imagen de antihéroe que, con este proyecto, se le está derrumbando.

Además, no vamos a engañarnos, cuando vaya por Karacakilanuz (Km 4.804, ¡qué hay que tener un poquillo de cultura general!) echará todo esto de menos. Echará de  menos hasta al “señor de los carteles”; su amigo, el de las señalizaciones.

-Ví el cartel ese de “Soto de Luiña-5 Km”, recorrí cuatro kilómetros y medio en esa dirección y, entonces, delante de mí, otro que decía: “Soto de Luiña-5 Km”… ¿En que estaba pensando ese tío cuándo se puso a colocar los carteles?

¡Que tampoco se queje demasiado! Él anda por Cantabria, ese paraíso de mar, de montañas y de pueblos increíbles mientras los demás seguimos sus andanzas desde nuestra mesa de trabajo, con una foto del señorío de Bértiz delante si hay suerte! (mi foto, en realidad, es de las murallas de Pamplona, las que recibirán a Guillermo el primer fin de semana de mayo si sigue manteniendo este ritmo infernal).

Como decía ayer Félix, “La Memoria es el Camino” es como una enorme mancha de aceite que Guillermo ha conseguido extender entre tantas personas y de tan diversas procedencias que ese es, posiblemente, uno de los mensajes que estamos encontrando. Las visitas al blog superaban las 28.000 hace unos días; hoy somos ya más de 1.700 los Amigos en Facebook que cada día compartimos un ratito con él y con este proyecto que, por ejemplo ayer nos llevó a conocer al hombre que fabricaba crucigramas para su mujer. Una historia de amor que ríete tú de los Puentes de Madison (no os recomiendo que veáis esa película con Guillermo si queréis seguir conservando esa sensación de romanticismo…).

Esto último, posiblemente, es información innecesaria. Es que este proyecto nos hace aflorar recuerdos. Momentos que no queremos que una enfermedad pueda hacernos olvidar.

El mérito es de Guillermo, que hoy ha llegado andando hasta Santander; pero vosotros y vosotras alimentáis cada día a este equipo que apuesta por una política de estado sobre el Alzheimer y por hacer más amable la vida.

Con cada día que pasa y con cada paso que Guillermo va dando, el equipo va haciéndose cada vez más fuerte. Para Jerusalem será ya invencible.