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jueves, 19 de abril de 2012

SINECDOQUE DE MADRID

La primera vez que fuimos con nuestras dos hijas mayores a Madrid (con Iruña ya habíamos estado unas cuantas veces), nos pegamos una auténtica paliza para enseñarles todo. Después de dos días de tour y agotamiento, la segunda noche, estábamos sentados en una terraza de la plaza de Santa Ana al lado de los columpios, comiendo unas tapas, tomando unas cervezas y escuchando un concierto mientras a nuestro alrededor había un rallie fotográfico. Era el momento de preguntarles a las niñas:

¿Os ha gustado Madrid?

Sí, porque esta tortilla de patatas está buenísima.

Esto es para mí sinécdoque de Madrid y aunque suena pretencioso, recordando aquel día he titulado así a esta entrada.

Antes, viajar a Madrid era algo cotidiano; de hecho, durante una etapa de mi vida incluso tenía que ir a hacer los exámenes de la universidad a Madrid, así que disfrutaba a menudo de la ciudad y conocía zonas, tiendas y, por supuesto, bares.

Desde hace algunos años, las visitas a Madrid han sido para mí menos frecuentes. Y digo para mí, porque Ion, por motivos laborales, cada vez tiene que ir más. Son poco frecuentes y, por eso, cualquier escapada a la capital resulta una fiesta. Si la escapada es, además, con los niños, entonces la fiesta se multiplica.

Esta vez optamos por alquilar un apartamento. Estaba en la zona del Santiago Bernabeu y no hay mucho que decir: no era exactamente lo que se ofrecía en la publicidad(el wifi no funcionaba, la lavadora tampoco y la ducha tenía una fuga que hacía que ducharse fuese una experiencia acuática sorprendente). Pero, por lo demás, estaba limpio, bien decorado, era muy espacioso, tenía luz y estaba bien conectado con el centro. En el balance de los pros y los contras tengo que decir que estuvimos bastante cómodos allí.

Ilia que es una hija muy viajada y muy culta para sus siete años, nos había avisado hace ya varias semanas de sus planes.

He estado en el British Museum de Londres, en el Louvre, en París, en el Palazzo de los Ufizzi, en Florencia… ¡y no me habéis llevado nunca al Museo del Prado!

¡Así que el domingo al Museo del Prado que nos fuimos los cinco! Además, como familia numerosa que somos, gestionamos unos días antes por internet un pase gratuito para todos. Ventajas de la prole.

Hicimos una visita a la colección del Hermitage, que terminaba aquel día (8 de abril). Mereció la pena el paseo. Tomamos un café para descansar sobre todo a Irai y nos recorrimos las obras más destacadas del Museo con Ilia armada con una libreta y un boli con los que trataba de copiar algunas de las obras de arte. Se entusiasmó con el “Perro semihundido” de Goya e Iruña con la casualidad de encontrarse con unas compañeras del colegio. Ion descubrió que su cerebro se parece a un cuadro de Kandinski en su etapa más caótica y yo, en cambio, soy un Klimt repleto de detalles minúsculos.



Por la tarde, nos hicimos la foto de rigor con los leones del congreso, mientras aprovechábamos la ocasión para explicarles el modelo político estatal (y ellas para desconectar de nosotros). Después, paseamos por la Puerta del Sol, por el Palacio Real y por los Jardines de Oriente donde aprovechamos para explicar a nuestros hijos que los reyes que les habían sobrado de allí (que hace falta ser despistado para hacer tantas estatuas de más) son los que adornan el Paseo Sarasate de Pamplona. Fuimos a la Plaza Mayor y los niños rellenaron las preguntas del cuaderno que les dieron en la oficina de turismo sobre esa ruta por Madrid. Como las respuestas estaban todas bien, les regalaron un pañuelo azul a cada uno. Irai se lo puso en la cabeza porque solo quiere ser un “pirata terrible” y nos fuimos a visitar el Mercado de San Miguel, que a Ion esas cosas le vuelven completamente loco!!!

El lunes decidimos separarnos durante unas horas. Ion se llevó a Ilia y a Irai a ver el estadio del Santiago Bernabeu. En principio la única que quería ir era Iruña, pero la adolescencia es complicada… y ella prefirió quedarse en casa tomando el sol en el balcón, tranquilamente. Yo aproveché para ir de tiendas y descubrí la de la COMPAÑIA FANTÁSTICA (una marca de ropa que me encanta porque es muy femenina, divertida, moderna, sienta bien y, encima, está genial de precio), junto a la calle Orense. Os dejo el enlace de su página web porque merece la pena visitarlo. 

Esta tienda tiene, además, una historia posterior porque cuando le conté a Ion cuánto me había gustado el sitio, se fue allí con su hijo sin decirme nada para comprarme un bolso y regalármelo el día de la madre. El bolso lo escondió dentro del coche para que yo no pudiera encontrarlo y la noche que volvimos a Pamplona (el miércoles 11 de abril) unos chavales cargados de todo y con mucha mala baba destrozaron a pedradas once coches en la zona de Vistabella. Uno de esos once coches, por supuesto, era el nuestro y cuando fui a ver  los daños con la policía municipal, encontré mi bolso roto y sucio debajo del coche de al lado del nuestro. Aun seguimos con el coche en el taller; tardarán otras 3 semanas aun en arreglárnoslo. Además, nunca podré estrenar ese bolso. Pero la cara lástima de Ion cuando lo vio la guardaré mucho tiempo como un gesto de amor que no vale dinero.

Volviendo a Madrid… Acabamos la mañana del lunes tomándonos un aperitivo en una terraza al sol, que es uno de los mayores placeres que se pueden disfrutar en abril. En Madrid me llama siempre la atención la cantidad de terrazas que hay pegadas a las zonas de columpios. Zonas que, además, están valladas para que los niños estén más protegidos. ¿Visión de negocio de los hosteleros? Posiblemente sí. Ojala en el resto de sitios (y, sobre todo, en Pamplona) también los tuvieran. Es una garantía de que todos estamos felices, los niños en sus toboganes y los padres con nuestro vino blanco y, en aquella ocasión, una tosta de tomate, anchoas y boquerones. Genial.

Por la tarde Ion trabajaba, así que los demás aprovechamos para cargar  las pilas y echarnos una siesta. Necesitábamos fuerzas porque Iruña quería ir en busca de las manoletinas perfectas y eso resulta imposible para los parámetros propios de los 14, casi 15 años. En el camino descubrimos una tienda de libros usados en la que Ion (que, para entonces ya se había incorporado al grupo) ya había estado alguna vez. Nos sumergimos allí como suicidas buscando una bocanada de aire. Ilia y yo salimos con tantos tesoros de allí que empecé a preocuparme por cómo íbamos a poder organizar las maletas para la vuelta. Hace de esto 9 días y creo que ya nos hemos devorado al menos la mitad de nuestros hallazgos. Problemas de ser “leonas” como dice mi hija. Por eso usamos tanto las bibliotecas, por no sufrir un “Diogenes literario”.

El martes lo dedicamos a “Faunia”. No hay mucho que decir. Es un parte correcto para ver algunos animales. El presentador de los espectáculos tiene labia y entretiene y los niños disfrutan bastante si tú le das algo de misterio al asunto. Por lo demás, si conocer el Loro Parque del Puerto de la Cruz, en Tenerife, esto se te hace triste. Encima, el día se nos había nublado después de dos jornadas de un estupendo sol.

Las comidas, como en todos los parques que conozco: increíble. Increíble que aun no hayan encontrado la manera de que parezca comida. Al pollo de Iruña y al pescado de Ion se les podía hacer la prueba del carbono 14. El café con crêpes era más aceptable y el espectáculo de los leones marinos fue un buen broche para la visita.

Los tres enanos salieron del parque contentos y cuando estábamos en el coche empezó a llover como si el cielo hubiese decidido estallar en mil pedazos. Ion se llevó a los pequeños y yo me fui con Iruña a tomar un café al Starbucks, que es una cafetería que le encanta (yo creo que, en parte porque es uno de los escenarios de “Canciones para Paula” que es un libro que le gustó mucho). El caso es que hasta dice que se haría empresaria solo para poder montar uno en Pamplona en cuanto se haga mayor de edad (y, a propósito, he visto que hay un grupo de Facebook que propone lo mismo).



Por el camino se nos rompieron varias varillas del paraguas por culpa del viento, así que nos reímos y llegamos a la cafetería ensopadas. Hay que reconocer que hacen un café tan rico… Y más si le añades un toque de canela, de vainilla, nuez moscada… Iruña dice que tienen el chocolate más bueno del mundo. Y debe ser cierto porque el domingo en un Starbucks que hay cerca de la Puerta del Sol estaba tan emocionada que se lo tiró por encima, como si hubiera decidido impregnar todos sus poros con ese cacao. Se me olvidaba, ese día, en la cafetería, Irai se enamoró de una chica de unos 22 años. Él le pedía insistentemente un beso y ella, que no hablaba castellano, le miraba con cara sorprendida. Pero todo el local terminó solidarizándose con él y traduciendo la demanda del pequeño admirador. Fue un auténtico espectáculo. Irai siempre se hace querer con sus ricillos rubios y su sonrisa permanente, por muy bruto que sea. La belleza, por mucho que nos pese, siempre es una ventaja en la vida.

Y el miércoles, maletas, coche y vuelta a casa escuchando, por supuesto, música de Europa FM, que la adolex tiene un enganche de mucho preocupar. Por el camino aun paramos en Torija, un pueblo de Guadalajara con un castillo del siglo XV que se ve desde la carretera. Ion había comentado en varios viajes que podíamos entrar a verlo y fue un acierto. En el castillo han instalado el Centro de Interpretación Turística Provincial. En la plaza había un mercado de verduras donde compramos alcachofas, pimientos, naranjas, aceitunas y unos tomates sabrosos (¡por fin unos tomates con sabor, después de la insipidez del invierno!).



Pero lo mejor de todo Torija fue el bar de la plaza del castillo. Era un poco pronto, pero decidimos quedarnos a comer para, después, seguir de un tirón hasta Pamplona mientras, si había suerte, los niños echaban la siesta. El picoteo era exactamente lo contrario a la comida del día anterior. Comida casera. Los niños se empapuzaron. Yo descubrí que los callos pueden maridar perfectamente con el vino blanco rueda y, eso sí, Ion se quedó con la pena de que se habían terminado las torrijas. 


Torrijas en Torija; hubiera sido el broche de oro de la sinécdoque propuesta.

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