Hoy podemos decir que el mundo se divide en dos tipos de
personas. Y no, esta vez no me estoy refiriendo a los que nos gustan las redes
sociales y los que las consideran un exhibicionismo innecesario (el otro día,
una amiga mía decía: “Yo, cuando era pequeña, quería leer la mente de los
demás. Ahora, ya tengo FB”).
Me
refiero al grupo de los que piensan que el mundo se acaba mañana frente a los
que no. Yo soy de los segundos, sobre todo porque está claro que es una apuesta
segura. Si nos equivocamos, no va a venir nadie a recordándonoslo.
Encima,
los Mayas podían haber elegido otra fecha para colocar el fin del mundo; pero
¡la semana antes de Navidad ya es mala leche! Nos va a pillar a todos agotados:
tratando de cerrar todo lo que tenemos pendiente en el trabajo antes de
cogernos unos días de fiesta, ya casi saturados de cenas de empresa, cenas de
amigos y comilonas varias para celebrar que desde el 24 no vamos a parar de
zampar y beber ni un momento, saturados de festivales de villancicos,
pastorcillos y espumillón. Y, sobre todo, histéricos después de pelear con
jaurías enfurecidas de compradores que arrasan tiendas demasiado iluminadas,
demasiado decoradas, llenas de gente y con la calefacción tan alta que te hace
aprender control mental para tratar de no sudar debajo del abrigo, la bufanda y
los guantes que son imprescindibles durante esta época para transitar por
Pamplona.
Igual
los Mayas se referían a eso cuando nos anunciaron el fin del mundo. Transitar
por los preparativos prenavideños en medio de la crisis que vivimos y hacerlo
con una sonrisa y subida encima de unos tacones puede superar la paciencia de
cualquiera.
Yo
creo que, en realidad, inventaron la historia esta del fin del mundo para que
hagamos balance de nuestras vidas. Antes hacíamos eso para Nochevieja, pero
ahora nos hemos hecho mayores y, esa noche, nos toca cocinar e invitar a la
familia. Lo hacíamos también para nuestro cumpleaños, pero esos días bastante
tenemos con llegar puntuales a la celebración familiar y que tu madre no diga
“Ese vestido se te pega un poco al culo”.
Así
que la cultura Maya, que seguramente ya había sufrido todos esos imprevistos,
inventó este fin del mundo de cartón piedra y que está dando tanto juego como
lo hizo, en su momento, el cambio de milenio, la entrada del euro o el capítulo
final de “Los Serrano”.
Y
a estas alturas, como ya no nos va a dar tiempo de celebrar el final en las
islas Fidji, lo único que podemos hacer es reflexionar sobre los buenos
propósitos que quiero plantearme para esta prórroga que estoy segura de que
vamos a jugar a partir de mañana.
Es
complicado:
-
Dejar
de fumar es un clásico; pero yo ya no fumo más que en ocasiones, así que no veo
la necesidad de hacer un esfuerzo extra…
-
Adelgazar
tres o cuatro kilos era algo que me hacía más ilusión hace unos años que ahora,
desde que he aprendido a quererme tal y como al parecer soy.
-
Viajar
es una opción: pero desde que se inventaron los vuelos low cost se ha abierto
un mundo de posibilidades y lo que me falta es tiempo para poder ir a todos los
sitios que me apetece conocer.
-
El
tiempo… Me falta tiempo para viajar o leer porque la mayor parte de mi tiempo
libre lo dedico a mis hijos y eso es algo que me hace feliz y no quiero
cambiar.
-
Mi
trabajo es tan especial que, a pesar de que a veces se cruza un problema que me
hace pensar que he perdido la vocación, el resto del tiempo me siento más que
afortunada y disfruto con lo que hago durante 7 horas y media cada día.
-
El
amor… ¡oh, el amor! No es que no pueda quejarme. En realidad, si tuviera que
destacar una parcela de mi vida en la que he tenido éxito ha sido en esa, así
que no parece una opción para los buenos propósitos.
-
La
amistad, la gente que quieres… Tengo a mis amigas de siempre a mi lado, en mi
vida ha ido apareciendo más gente que me quiere y a la que quiero y hasta he
tenido la suerte de recuperar con los años a la única amiga que me importaba
haber perdido.
-
Conclusión:
solo me queda proponerme escribir esa novela que llevo diciendo que quiero
escribir desde que tenía 12 años. Mi duda es porque no lo he hecho aun…
Bueno, mejor lo dejo o,
si no, el fin del mundo me va a pillar sin buenos propósitos y también sin
regalos de navidad. Esa es, en realidad la razón por la que la mayoría de
nosotros nos cogemos fiesta en días intempestivos durante estas fechas. Para
hacerles el trabajo sucio a Papá Noel, al Olentzero o a los Reyes Magos.
Estoy
segura que mañana no pasará nada distinto a lo que tenemos en la agenda. Yo,
por ejemplo, la comida navideña con la gente del trabajo. Pero, si son los
otros los que tienen razón: os deseo que el fin del mundo os encuentre
bailando.